NOTICIA DE BOLO ANDALUZ: ADIOS A UN GRAN MAESTRO

Esta semana hemos  despedido a D. Gonzalo Ojeda Sánchez, el Bolero con mayúsculas, el Maestro de Maestros de la Sierra de Cazorla. Nadie ha tenido tantos honores en el mundo del bolo andaluz, de los bolos serranos, como él.  El Ayuntamiento de Pozo Alcón lo distinguió como Maestro Bolero de la Sierra del Pozo a principios de la década pasada. En 2005 el de Cazorla lo nombraba Maestro del Adelantamiento, y el año pasado, Premio Cándil y Maestro Bolero de Andalucía, por la F.A.B. En cada uno de esos títulos honoríficos, dirigidos a personas que han dedicado su vida a los bolos serranos y su trasmisión, él siempre ha sido el primero en recibirlos, nunca hubo duda quien era merecedor de tal honor.

Como deportista tiene muchas marcas, irrepetibles, impensables en otros deportes. Competir hasta los casi noventas años trae esas cosas. Y él se sentía orgulloso de los logros y distinciones que había conseguido en los últimos treinta años,  pues antes de 1980 no existían los torneos, sólo retos y apuestas. Sin embargo el nunca alardeaba de los tofeos y los diplomas, prefería contar sus hazañas de mozo, cuando con su primo Andrés eran casi imbatibles en las montañas de Cazorla, o detallar las virtudes en el juego de los demás, en análisis minuciosos, producto de la observación detallada. Y es que para él era más importante el juego en sí mismo, y no sólo los campeonatos. Tirar una bola contra el mingo, o dos, o veinte, y no fallar nunca, asistir a un partido entre buenos jugadores, rectificar a los niños y enseñar a los neófitos. Era un bolero de técnica depurada, tiraba siempre a mingo y con tal finura y precisión que nadie le recuerda una bola fallada en un concurso. En sus últimos años su fuerza había menguado, pero nunca su pulso.

Hasta la temporada pasada ha estado federado, y participando regularmente en los concursos de su comarca, la Sierra de Cazorla. Hace apenas tres meses participó en su último concurso, el de feria de El Vadillo Castril, donde vivía la mayor parte del año. En 1980, con motivo de las fiestas del poblado, se disputó el primer torneo con trofeos de la comarca. En aquella ocasión, en la que participaron los veintinueve mejores equipos de toda la Sierra, llegó a la gran final. Junto a su hermano Domitilo, su cuñado Celedonio y su hijo Juan, estuvieron a punto de ganar al equipo de la Agrupación de Mogón capitaneado por un joven Ernesto Martínez, uno de los mejores jugadores de bolo andaluz de la historia (con cincuenta y nueve años este año se ha proclamado campeón de España de parejas). Desde aquel año, ininterrumpidamente Gonzalo  ha participado en las treinta y dos ediciones que se han disputado del torneo decano del sur del Parque Natural, desde hace dos años conocido como Memorial Miguel Angel Hortelano ya que el ayuntamiento de Cazorla decidió dedicarlo a otro gran mecenas de los bolos serranos, el alcalde pedáneo que siempre luchó para que las tradiciones de la aldea no se perdieran.

Miles de anécdotas definen su personalidad y su amor por los bolos. Esta es una de las últimas. Este verano, el día antes del torneo mencionado, como era habitual en él, subió a la bolera del pueblo a entrenar un poco. A las sencillas instalaciones, que se encuentra como a un kilómetro de su casa, llegó andando, sin prisas, con su bola y su mingo en la talega, al hombro. Hasta hace algo más de un año, practicamente, subía a diario a entrenar. Otra vez la misma rutina, mil veces repetida, como si el tiempo nunca pasara en ese trozo de paraíso.  Al llegar se encontró a las mujeres disputando el concurso femenino. Se sentó en  un banco en la sombra y se dispuso a observar el juego. Como de costumbre, dispensó algunos consejos a las chicas mientras terminaban. Parte del animoso grupo, alentadas por las amigas, jugaban por primera vez. Estaban de vacaciones en la Sierra, y les habían dicho que sería divertido. Entre ellas había una chica de Barcelona que no conocía al Maestro. Cuando terminó el torneo y la tirada quedó libre, Gonzalo tomó la bola y con el paso dudoso que tienen las personas de casi noventa años se dirigió a la tirada. Mientras que con su mirada azul y limpia buscaba la marca en el terreno que le indicaba el inicio de la carrera, iba diciendo en voz alta que, con la edad, las fuerzas le habían abandonado, que ya no podía con la bola, y esas cosas que siempre le gustaba relatar en los últimos tiempos, como buscando excusas ante un posible fallo. La catalana, casi con pena y lástima, ante el previsible y eminente fracaso del anciano, le quiso animar. “No se preocupe usted abuelo, que nosotras tampoco le damos”. Al escuchar el comentario, a él se le escapó una casi imperceptible sonrisa. Y como por arte de magia, sacando fuerzas de no se sabe bien donde, Gonzalo emprendió la carrera, tal vez no tan vigorosa como la que hacía unos años antes, pero igual de firme y milimétrica, y cuando el pie izquierdo estaba  apoyado a una cuarta escasa de la raya de tiro, soltó la bola en el aire, recorriendo una trayectoria perfecta hacia el mingo, al que golpeó directamente justo en el instante en que la esfera iba a tocar el tablón, de tal forma que la suma de todas las energías y fuerzas que portaba, pasaron al bolo en ese preciso golpe. El mingo rodó por la bolera llegando a la raya que indicaba los  noventa bolos y, con un ensayado tono de sorpresa, muy conocido entre los aficionados a los bolos serranos, exclamó: “¡Hombre! Parece que ahora le he dado”. La chica en dos segundos aprendió que este deporte, a pesar de que pueda parecer a primera vista, no sólo se basa en la fuerza y puntería. También es maña, mucha maña, y poder mental. Un brazo de limitadas fuerzas podía hacer lo que los fortachones no siempre logran. Después del certero disparo, realizó otros diez o doce lanzamientos esa mañana y no erró ninguno. Y al día siguiente, en el concurso, tampoco ninguna pifia.

Hasta sus últimos días ha contagiado su pasión por el juego que había aprendido de su padre, a todos los que le rodeaban. Un dato basta para hacernos una idea de su influencia en la trasmisión de este ancestral deporte. En la última final del Campeonato de España por equipos en la modalidad montaña, de los ocho jugadores que participaron en el partido, cuatro, dos en cada equipo, pertenecen a su peculiar escuela familiar: dos sobrinos, un nieto y un sobrino nieto.

Un hombre con personalidad propia, un filósofo de los bolos andaluces y de la vida, un auténtico artista con la bola y con la vida, un ingeniero de los bolos y de la vida. Siempre de los bolos y de la vida. Su padre quedó postrado en una silla con una lesión en la columna vertebral tras caer de un pino, mientras cogía piñas para los semilleros de la administración forestal, cuando Gonzalo contaba sólo doce años. Ya llevaba años ayudándole a su familia en las tareas del campo y la montaña. Pero a partir de ese momento, tuvo que asumir la responsabilidad de sacar adelante una casa con dos hermanas más pequeñas y un hermano con tan sólo cuatro añillos, echarse el mundo a cuestas, abandonar de golpe la niñez, pero con la misma naturalidad con la que hacía todas las cosas. Y tal fuese ese hecho el que hizo que toda su vida acudiese puntualmente a las boleras, casi a diario con el buen tiempo, como si buscase en ellas la infancia que las circunstancias de la vida se encargaron de robarle.

Con su técnica, sabía inculcarle a la bola todas las “fuerzas” a su alcance, de tal manera que la muscular pasaba a un segundo plano.  Y con la vida supo hacer exactamente lo mismo.  El catorce del mes pasado había cumplido ochenta y nueve años.  Unos días antes se había marchado para siempre su esposa Antonia, sesenta y cuatro años juntos, un hueco en su vida demasiado grande en las últimas semanas. Unas horas antes de decirnos adiós, buscaba setas por los alrededores de Vadillo, otra de las cosas de las que siempre ha disfrutado. Su forma de vida, el amor por sus cosas, hizo que también supiera utilizar las fuerzas que Dios le dio, en plenitud y disfrutando de las pequeñas cosas, hasta el último momento.

Se nos ha ido un referente, un ejemplo irrepetible en nuestro deporte. Su relación con el mundo de los bolos es tan contundente que la consternación entre los aficionados es inmensa. La Federación Andaluza de Bolos, en representación de todos los boleros andaluces, quiere expresar su más sentido pésame por  tan irreparable pérdida a toda su familia y amigos. No existe consuelo para ellos, no hay palabras que puedan mitigar tanto dolor. Sólo nos queda la esperanza de que en el futuro la sociedad andaluza sepa valorar la aportación de Gonzalo, y otros hombres como él, a su cultura. Mientras tanto, él siempre estará entre nosotros en las boleras serranas, enquistado perpetuamente en nuestros corazones. Descanse en paz.

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